Publicado en Gara
Los carnavales se sitúan en mi Top 3 de fiestas del año, y ahora que estoy sin voz y con agujetas creo que los coloco en la pole. Hay quien tiene el sentido del ridículo demasiado desarrollado y no le gusta mucho eso de vestirse con colores estridentes y hacer el ganso. Hay quien utiliza el disfraz como forma de hacer un guiño a la actualidad -imaginemos Pequeños Nicolases, infectados de ébola y tarjetas opacas que rezaban «tá to pagao»-. En esos días nadie nos llama frikis por vestirnos como nuestros ídolos de la infancia y gritar eso de «kame hame ha!» apuntando con las manos a todo el que pasa. Qué fácil es crear un alter ego tras un disfraz y jugar a ser otra persona por un día.
Los carnavales se sitúan en mi Top 3 de fiestas del año, y ahora que estoy sin voz y con agujetas creo que los coloco en la pole. Hay quien tiene el sentido del ridículo demasiado desarrollado y no le gusta mucho eso de vestirse con colores estridentes y hacer el ganso. Hay quien utiliza el disfraz como forma de hacer un guiño a la actualidad -imaginemos Pequeños Nicolases, infectados de ébola y tarjetas opacas que rezaban «tá to pagao»-. En esos días nadie nos llama frikis por vestirnos como nuestros ídolos de la infancia y gritar eso de «kame hame ha!» apuntando con las manos a todo el que pasa. Qué fácil es crear un alter ego tras un disfraz y jugar a ser otra persona por un día.
Estos días he visto a familias enteras bajo un troncomóvil; cabras,
de las de verdad, atadas a un banco mientras sus dueños tocaban el
organillo en la puerta de un bar; reutilizar materiales para convertir,
por ejemplo, un cubo de basura en un excelente Bender («Futurama»).
Hablando de basuras, qué decir de esos cubos del puerta a puerta que
participaron en un singular desfile el mismo día en que en Tolosa estallaba el jolgorio. Noé reclutaba animales en su arca, seguramente sabiendo que no
pararía de llover. Vale que no estamos en Río de Janeiro y hay que
cubrirse el cuerpo si no queremos pasarnos la semana próxima con un
pañuelo pegado a una nariz más roja que la de Porrotx, pero incluso para
los frioleros hay disfraces: ¡la de animales a base de buzos de pelo
que podría reunir Noé en esa arca!
El gusanillo por el disfraz lo mantienen esos a los que yo llamo «los
Mortadelo», que aunque cumplen años siguen esperando que lleguen esos
días con impaciencia para disfrazarse con la cuadrilla, con la pareja o
con la familia. Y es que dicen los tolosarras que la clave no es tener
muchos disfraces, sino tener muchos complementos. Será verdad. Los
expertos todavía tienen fuerzas, ganas e imaginación para salir hoy a la
calle y bailar una samba más. O un aurresku o lo que les echen.