A la vuelta de las vacaciones, curioseando Facebook, me topé
con la publicación de uno de mis contactos: compartía la portada de la
revista “Time” que llevaba el revelador título “La trampa del turismo”.
La imagen acompañante era un grupo de gente apelotonada tratando de
sacar una bonita instantánea del Puente de los Suspiros de Venecia. La
imagen no muestra el famoso puente, sino el que soporta el peso de
decenas de turistas y sus cámaras.
Me dio la risa por lo real que es, porque si hubieran hecho esa misma
foto hace un par de semanas yo misma podría aparecer en ella. Antes de
partir, mi compañera Oihane Larretxea me dio un buen consejo: «si
quieres ver la misma Venecia pero sin gente, cambia de calle». Le hice
caso y tenía razón. Disfruté de sus canales con la escasa compañía de
locales y un puñado de turistas despistados. Nos mirábamos cómplices,
como si hubiéramos encontrado un tesoro y quisiéramos guardar el
secreto.
Entiendo la preocupación de las ciudades con el turismo. Hay quien
pierde el respeto, que busca un parque temático donde pasar unas
vacaciones a medida. Pero también hay gente maravillosa, turistas con
respeto, de esos que prefieren llamarse a sí mismo «viajeros», que
disfrutan de la gente local y sus costumbres. Me gusta pensar que yo soy
de ese tipo. Soy turista varias veces al año y mi sueño es visitar la
mayor parte del mundo posible. Pero no quiero molestar a nadie, por lo
que acepto de buen agrado cada medida impuesta al turismo. Todo sea por
conseguir uno de calidad.
Publicado en Gara