Cuando pasó el desastre de Fukushima en Cuarto Milenio, que parece haber aparcado los temas irreales para centrarse en la actualidad, hicieron un especial sobre Chernobyl como inevitable paralelismo con la central japonesa. Ahí salieron testimonios e imágenes horribles del desastre que ya ha cumplido 25 años. Lo que más me impactó, porque hasta el momento no había oído nada de ello, es que después de la explosión la gente empezó a notar como si lloviera, notaban gotas cayendo sobre su piel, pero no había humedad. Iker Jimenez explicó que esa era la radiación, que es como se siente.
Existen tres tipos de radiación. La radiación Alfa es débil, y basta con esconderse tras un folio para protegerse. La radiación Beta traspasa las capas finas pero no es capaz de atravesar placas de madera, por ejemplo. La radiación Gamma lo atraviesa todo excepto las pareces gruesas de plomo o acero. El tipo de radiación que había en Chernobyl era Gamma. Aun así las autoridades no dieron la alarma, los curiosos miraban al cielo curiosos por saber de donde salía esa lluvia que no veían y los niños seguían jugando tranquilos en los parques. Cuando supieron de los peligros de la radiación, aunque ya no había nada que hacer, se escondieron en sus casas. Aunque lo hubieran hecho desde el primer momento no habría servido de nada, porque la radiación era gamma. Ni en el rincón más oscuro de la habitación más profunda de la casa estarían a salvo. Después pasó lo que pasó. Y sigue pasando.
Hace poco supimos que el gobierno japonés ha admitido que en Fukushima hubo tres fusiones del núcleo. Hasta la fecha desmentían que hubiera habido una, y aseguraban que estaba todo controlado. Una vez más jugaron con la desinformación y la ciudadanía confió en ellos. Las consecuencias de esa imprudencia la veremos dentro de unos años, cuando las malformaciones y el cáncer azoten la isla nipona.