«Mi hija le ha pedido a Olentzero una casa de Barbie que
cuesta 80 euros», comentó una
madre una mañana en el tren de camino al
trabajo. «Dile que Olentzero no es rico», dijo otro pasajero, amigo de
ella, en tono de broma. «Chica, si solo tienes una…», contestó quien se
sentaba a su lado. «O que se la traigan en casa de la abuela», proponía
una mujer. Y así debatieron un tiempo. La madre les escuchaba un poco
perpleja, y es que ella comentó lo que costaba la casa como algo
secundario. A lo que de verdad quería dar valor era a que su hija quería
la casa de Barbie. «A mi me parece bien que Olentzero no le traiga la
casa de Barbie. No es un buen modelo de mujer», le dije yo. La madre
suspiró, «por fin alguien entiende lo que quiero decir».
No pretendo borrar a Barbie del mapa. Yo misma guardo mis antiguas
muñecas con cariño, pero nunca viene mal una reflexión. ¿De qué manera
van a influir los juegos en los futuros adolescentes? Cojan ese catalogo
de juguetes que tienen en casa. Ojeen sus páginas. La Barriguitas ya no
tienen barriguita. Las Monster High transmiten la idea de diversidad,
pero ellas tampoco tienen barriguita. Ninguna muñeca la tiene. Las
bicicletas para niño son rojas –de Cars o Bob Esponja– con guardabarros,
mientras que las de niña son rosas o lilas –de Barbie o de Frozen, en
el mejor de los casos– y con cestas delanteras y/o sillita para llevar a
la muñeca. Y son de niña y niño porque así lo dice la publicidad.
¡Hasta los Lego de toda la vida tienen versión para niño y para niña!
Definitivamente, voy a rescatar el Tragabolas.
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