Hoy en día son pocos los que leen el periódico, menos los
que lo compran y aún menos los que lo pasean por la calle bajo el brazo.
Los jóvenes, especialmente, prefieren obtener la información mediante
las versiones web o las redes sociales, directamente, en los debates
abiertos por sus propios amigos. Por eso, cuando veo a un lector de GARA
–de los de vieja escuela– le observo. Me gusta fijarme en qué secciones
lee con más atención y cuáles pasa rápido, en qué titulares se detiene
y, sobre todo, en las caras que pone cuando lee mis artículos. Así hago
mi perfil. Me gusta imaginar cómo es esa persona, qué gustos tiene, qué
inquietudes...
Cuando me topo con un lector me siento en cierto modo responsable de
que considere que este diario vale los 1,50 euros que cuesta. De que
cada día saque de su cartera la tarjeta de suscriptor y la muestre en el
kiosko con una sonrisa. A esas personas no les digo nada, solo las
miro, pero interiormente les agradezco ese pequeño esfuerzo porque
gracias a ellos yo puedo vivir de lo que me gusta.
Hay un señor que se monta en el tren y a veces se sienta justo en
frente de mí. Viaja solo, saluda y abre su periódico. Es un señor con
barba que seguro que nos lee desde siempre y probablemente antes leía
“Egin”. Un señor que se sabrá los nombres de muchos de mis compañeros.
Abre el diario por delante y repasa todas las secciones; no he
conseguido saber cuál de ellas le interesa más. Cuando llega al final
saca su boli y hace los sudokus. Si lee esto y sabe quién soy me
gustaría que me hablara la próxima vez.
Publicado en Gara
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