jueves, 19 de abril de 2018

Pirato, el gato (no compres, adopta)

Hoy quiero presentaros a Pirata. Podía llamarse Angelito o Nube de Azúcar, pero no. Se llama Pirata y actúa como un pirata. Es un poco travieso, digamos. Tenemos una relación de amor odio. Más que como madre e hijo, somos como hermanos. Nos mimamos, nos hacemos arrumacos, pero pronto estamos peleando. Le toco los bigotes, me muerde la nariz. Y así siempre. Pero en el fondo nos queremos mucho.

La verdad es que no le pusimos Pirata por cómo llego a nosotros, pero el nombre le viene bien. El julio pasado hubo una tormenta muy fuerte en mi pueblo, una tormenta de verano de esas con truenos y gotas gordas. Medio pueblo se quedó sin luz y una calle se inundó. Yo tenía fiesta ese día y estaba tomando algo con mi Árbol en un bar. A oscuras. Sin música, todos los clientes se pusieron a hablar de un tema random que me interesaba más bien poco, así que decidí visitar a mi madre en su trabajo. Ella no estaba a oscuras, pero la tienda de enfrente, que es de una amiga, sí. Fue casualidad que yo estuviera allí cuando la amiga entró corriendo en la tienda de mi madre gritando, «hay un gato, hay un gato».

Pirata el 8M, apoyando a las mujeres
A ella le daba un poco de repelus por si le arañaba. Evidentemente pensó que era un gato adulto. Entramos en su tienda a oscuras e hicimos ruido para espantar al animal. De repente un gatito pequeñito y negro salió disparado hacia fuera, directo a la carretera. Gritamos y del susto tiró para el otro lado y se chocó contra la puerta de otro negocio. Conseguí cogerlo. El pobre tiritaba y yo lo tapé como pude sin importarme que fuera un gato callejero y que no sabía ni lo que tenía. Me daba igual.

La chica del negocio contra el que se estampó al verlo dijo, "qué asco, un gato, y encima negro". La amiga tampoco quería acercarse. Entonces comprendí que la vida de ese animalito dependía de mi. Nosotros no queríamos más animales. Ya teníamos bastante con Izar, nuestro conejo gordo, y es que a mí personalmente los gatos no me hacen mucha gracia. Dejé al gato con mi madre en una caja y fui en busca de mi Árbol que ya se estaba impacientando y le dije, "tienda, gatito, mojado", o algo así. Al principio era reacio, pero vino conmigo. No sabíamos qué hacer con él. Al final llamamos al grupo que gestiona las colonias felinas del pueblo y nos dieron el número de la protectora, pero allí dijeron que estaban completos, que si podíamos tenerlo unos días.

Ya no podíamos soltarlo, porque si lo hacíamos éramos los malos. Estabamos obligados a llevarnoslo y nadie nos daba ninguna otra solución: o te lo llevas o lo abandonas y eres la peor persona del mundo. Así que nos lo llevamos. Mi intención era darle atención urgente y después buscarle una casa, ya que nos . Tenía claro que la protectora no nos iba a dar ninguna solución: si se lo han llevado a casa que se lo queden, o algo así debieron de pensar sin tener en cuenta nuestra situación personal. Pero bueno, yo ya le había encontrado un nuevo dueño cuando llegué a casa para darle la noticia a mi Árbol y me dijo, «estoy pensando que podría ser amigo de Izar». 

Y con esa intención nos lo quedamos, le pusimos Pirata como si hubiera venido navegando en la riada y le presentamos a Izar. Al principio parecía que Pirata le tenía miedo, pero a medida que empezó a crecer todo cambió. Hoy en día es una pantera que intenta cazar a su presa, que es tan grande como él y le deja la boca llena de pelos. Pirata lo hace jugando, pero es muy bestia e Izar es ya un viejito que solo quiere mimos. Así que lo tiene estresado. Intentamos no juntarlos demasiado y hacerles mimos por separado.

Pero a Pirata, en sus primeros 6 meses de vida –el veterinario dijo que habría nacido en mayo– le pasó de todo. Pensamos que el día que lo rescaté tenía que haber muerto y yo hice que esquivara su destino, y ahora la muerte le persigue. O eso, o ya ha gastado algunas de sus siete vidas. Porque se dice que los gatos negros dan mala suerte, pero en este caso la mala suerte la tiene él.

Al poco de llevarlo a casa nos fuimos de vacaciones y una conocida miembro de la asociación felina local lo cuidó. A la vuelta nos dijo que se estaba recuperando de una neumonía. Seguramente se enfrió el día que lo encontramos, con la lluvia. Dice que no dejaba de toser y que tenía mala pinta, así que lo llevó al veterinario y le dieron antibióticos.

A nuestra vuelta empezó a hacer cacas blandas y tenía la tirita hinchada, así que le tuvieron que dar medicinas para los parasitos. Otro día mi Árbol estaba en casa y escuchó unos maullidos muy fuertes que venían del pasillo, y al salir se encontró a Pirata colgando de un dedito que se le había quedado enganchado en el radiador. Puntos y antibiótico. Después le esterilizamos, otra vez medicinas. Y del último susto nos estamos recuperando todavía pues un día lo vimos especialmente apático. Pensé que estaba siendo demasiado bueno, que no mordía ni arañaba ni tiraba nada ni apenas se movía. Solo quería estar tumbado y calentito. Le acaricié y ronroneaba, pero cuando le tocaba la tripa se enfadaba mucho y me mordía fuerte, no jugando. Así que llamé al veterinario. Debe de ser el gato más famoso y rentable de la consulta. Dijo que seguramente tendría algo en la vejiga, y que controláramos si hacía pis, porque si no hacía podía ser grave.

Le dieron un analgésico y un anibiotico, y otra vez desparasitante (porque dijimos que se tiraba muchos pedos, y al parecer eso no es normal en los gatos). Le tenían que durar cinco días y si después volvía a ponerse malo le tendrían que hacer placas para ver si era algo peor. Al quinto día se sintió otra vez malito, estaba muy tristón, apático, y al final vomitó (pensamos que por tanto antibiótico). Parecía que se encontraba mejor, pero seguía débil. Ese día le dejamos dormir en nuestra cama por primera vez. También fue la última, porque al día siguiente estaba totalmente recuperado y ya no paraba quieto. Desde entonces está bien y cruzamos los dedos para que solo visitemos al veterinario para las revisiones, porque creo que ya ha cubierto el cupo de enfermedades, accidentes y sustos varios.

jueves, 5 de abril de 2018

El tesoro de la imaginación

Soy periodista porque soy una copiona, y en este caso le copié la profesión a mi prima Olga. Ella es la persona que me vino a la cabeza cuando una vez vi un montón de libros en la basura, y tuve un impulso de llevármelos todos en la mochila. «Los libros jamas se tiran», es el mantra que he escuchado desde pequeña. En mi familia todos son aficionados a la lectura, pero en la casa en la que más libros he visto es en la de Olga. «Su tesssoro». 

Lo cierto es que es una mujer creativa –y un poco «gramanazi»–, y yo creo que también lo soy. Tal vez esa cualidad tenga que ver con el tipo de lectura que me gusta. No me avergüenza admitir que soy aficionada a la literatura juvenil, tal vez por su frescura y sencillez en el lenguaje, sin palabras rimbombantes. 

Resulta que la Universidad de Toronto ha realizado un estudio que sugiere que quienes leen relatos breves de ficción son más abiertos de mente que quieres prefieren los ensayos de no ficción. Estos últimos pueden ayudar a aprender sobre un tema, pero no invitan a pensar sobre el mismo. En cambio, la ficción nos mete en mundos con más o menos parecido con la realidad, pudiendo ser el protagonista un niño mago (“Harry Potter”), una mujer que se reencarna (“Maldito karma”) o un conejo (“La colina de Watership”). 

Me leí “El principito” ya mayor y hoy en día creo que debería ser el libro que todos los bebés reciban al nacer, que tenga su propio espacio en todas las habitaciones de Euskal Herria. Todo el mundo merece saber que una serpiente puede comerse a un elefante si se lo propone.

Publicado en Gara


martes, 3 de abril de 2018

El post de las uñas. ¡Soy exonicofaga!

Este tema puede ser un poco random con lo que vengo escribiendo últimamente pero como ex onicofaga que soy es un tema recurrente en mi día a día, y creo que lucha por tener unas uñas bonitas podría ayudar a otra gente.

En primer lugar, tengo que contar que yo me he comido las uñas desde los 4 años hasta los 24. Osea, 20 años de tortura heredada de mi tío. De mi madre heredé el arrancarme la piel de los dedos, lo cual me parece un vicio más feo aún que trato de combatir, pero desde que dejé de comerme las uñas me masacro más los dedos. Ya no sé ni qué hacer.

Pero bueno, el tema aquí son las uñas. Mi padre solía darme manotazos cuando me llevaba la mano a la boca, y lo único que conseguía era que me arrancara un trozo de uña en plan mal o dejarme a medias creandome aún más ansiedad, así que cuando no me miraba no me comía solo esa uña sino todas las demás.

Después, ya más mayor y por voluntad propia intenté dejar de mordermelas con un líquidos desees que saben amargo. Lo que pasaba era que sí, era asqueroso, pero no solo las uñas sino todo lo que tocaba con las manos. Si me echaba vaselina, los labios me sabían mal. Si comía un bocadillo… pues eso. Y total, que al final me acostumbré al sabor y terminaba comiendome las uñas igual porque por muy mal sabor que tuvieran ya era un sabor normal para mi y no me "despertaba". Es decir, se supone que este sabor es para decirte "hey chavala, que te estás mordiendo las uñas" y tu, al darte cuenta, dejes de hacerlo por voluntad propia. Porque muchas veces nos comemos las uñas sin querer, sin darnos cuenta, cuando estamos nerviosas o aburridas, es una forma de desestresarse. Así que no lo hacemos por molestar a nadie ni para ponernos feas las manos. Ya sabemos que son fea, no nos lo repitáis constantemente.

Luego decidí probar a pintarmelas, pues aunque no tuviera mucha uña me apetecía llevar color. Y me di cuenta de que así me entretenía en quitarme el esmalte antes de morder la uña. Algo es algo.

Pero la solución final fue mi amiga y sus manos bonitas. Ella era onicofaga también. De hecho, hoy en día tiene arrebatos y se las come y luego se arrepiente muchísimo, pero bueno, ella no se come las pieles así que aun con las uñas cortas sigue teniendo unas manos bonitas. La cuestión es que esta amiga se fue de Erasmus, y cuando volvió tenía las uñas largas. No sé cuál fue su truco, pero el mío fue verla a ella. Si ella puede yo también. Fue mi inspiración.

Y así cada vez que miraba mis uñas con deseo me venía a la mente las suyas y se me pasaba. Pero me di cuenta de que las esquinitas que empezaban a sobresalir me resultaban demasiado atractivas, así que terminé por meter una lima en el bolso y en cuanto quería morder, limaba a tope. Seguía teniendo las uñas cortas pero me estaba quitando el hábito de morderlas.

Y hasta hoy. Sigo llevando una lima siempre, y me ha pasado que si se me olvida entro corriendo en una droguería a por una nueva. Porque resulta que aunque ya no las muerda, sigo llevandomelas a la boca, y juego mucho con ellas. Sumado a que 20 años de onicofagia las han debilitado, a la mínima se me rajan. Y claro, yo no puedo ir por ahí con una uña a medias. Ni con una uña corta y las demás largas. Así que limo y listo, mejor cortas y bien que largas y mal.

En cualquier caso yo no las llevo nunca demasiado largas porque se me hacen incómodas y, como he dicho, porque se me rompen, pero si alcanzo cierta longitud me gusta hacermelas semipermanentes porque me las refuerza y me quedan bonitas sin hacerles nada, y además al verlas así como que se me frena un poco el impulso de comerle las pieles.

Normalmente antes de tirar de dientes, suelo hurgar con las uñas hasta levantar la piel. Si llevo las uñas semipermanete me cuesta más, yo creo que porque quedan más gorditas, brillante-resvalosas y con la punta sellada. Además como me echan aceites en las cutículas y cosas, la piel queda más suave y no siento tantas ganas de quitar piel muerta. Al final lo que suelo arrancarme son los callos, hechos a base de arrancar la piel durante años. Así que supongo que la solución final será encontrar una crema de manos que hidrate sin engrasar y no despegarme de ella.

En cuanto a mi último descubrimiento, os tengo que hablar de los esmaltes de gel que puedes hacer en casa. En mi caso tengo el kit de Gel Touch, que tiene una lampara led pequeña, unas toallitas limpiadoras y el top coat.  También tengo de esos top coat efecto gel que no necesitan lampara, que se secan con la luz natural, y también me gustan solo que tardan más en secar y aunque parezca que ya los puedes total, si te rozas con algo antes de que esté seco de verdad termina estropeandose. Así que por ejemplo, nada de ducharse con estas uñas recién hechas. En cambio con las de lampara puedes hacerlo en el momento.

Ambos top coat me gustan porque funcionan sobre cualquier pintauñas normal, y además, que al no ser profesionales –vamos, que no me las hago igual de bien– pues no me duran tanto pero tampoco se pegan a la uña la vida y media, sino que puedes arrancarlas en plan peel off. No, no es una bestialidad, de hecho recomiendan hacerlo así.

Los top coat de lampara quedan pegajosos después de secarse, y para eso son las toallitas, que básicamente son alcohol. Así que os digo que yo me suelo limpiar con un algodón mojado en colonia, tal cual, y se me quedan perfectas. Seguro que compraré más esmaltes de este estilo ya que parece que se han democratizado porque no suelo tener tiempo de ir a hacerme las uñas, y los esmaltes normales no me duran nada. Creo que así les sacaré más uso a los que tengo de colores.

Por cierto, la última vez que fui a hacerme las uñas me las masacraron. Me las limaron antes del esmalte muchísimo. Lo normal es quitar el brillo con un pulidor suave para que se adhiera bien el esmalte, pero es que ella lo hizo con una lima de grano gordo, que me estaba dando dentera y todo y sentía cómo me estaba dejando la uña súper fina. Para colmo, no me selló bien las esquinas y me duraron muy poquito, así que me quedé con una uña hiperfina que me dolía y todo tocarla. Esa fue la razón por la que compré el pintauñas de gel, para hacermelo yo en casa cuando quisiera a lo largo de estos dos meses en los que por fin vuelvo a tener mi uña normal. Este tipo de esmalte me hace sentir la uña más protegida y fuerte, y como me lo hago yo pues no me la daño más.

También he estado usando endurecedor, crema de manos hidratante de uñas, aceite de uñas, y he tomado cápsulas de levadura de cerveza. Con todo ello he conseguido que los estragos de esa "profesional" no sean tan duros. Eso me pasa por ir donde desconocidas…

En fin, eso es todo. Si vosotras también os masacráis los dedos dejad vuestros consejos por fis, y si sois onicofagas pues espero ayudaros a dejar ese hábito y tener, por lo menos, unas uñas funcionales. Porque. ¡qué gusto da rascarse la espalda con las uñas!

lunes, 2 de abril de 2018

Una historia de la abu

Mi abu solía contar como una vez, en la feria, pidió a su hermano mayor que la llevara a comprar zapatos. Él le llevó en burro, porque había que ir al pueblo de al lado, a comprarselos. Volvió y salió de estreno aquél día.

Hasta ahí lo que contaba mi abu. Decía de su hermano que era muy bueno con ella. Punto.

Eso seguro, era muy bueno, pero también tenía muy mala leche cuando se enfadaba así que cuando nos enteramos de la segunda parte de la historia nos partíamos de risa. Mi abu nunca nos la contó.

Al parecer, cuando llegaron a casa con los zapatos nuevos mi abu se dio cuenta de que los dos eran del mismo pie. Pero ella, por no enfadar a su hermano, se los puso y salió como si nada. Fue su amiga la que nos contó la historia, entre lágrimas de risa al recordar verla bajar por la cuesta con unos andares muy raros.

Mi abu ya no recuerda nada, pero cuando estaba bien y se lo recordábamos se enfadaba mucho con su amiga. Le daba rabia que nos lo hubiera contado. Nosotros nos alegramos de saber esta historia, que contaremos una y otra vez porque guardan parte de la esencia de nuestros mayores.

Ahora todo es tan diferente…