Que sí, que Disney es una multinacional como otra cualquiera, que sus princesas son lo contrario de la mujer moderna, que se aprovechan de las ilusiones de los niños para hacer caja… pero a mi me encanta. Las dos veces que he estado en Disneyland Paris era ya mayorcita, pero no por eso me lo pasé peor. Hasta mis padres, "esos adultos formales", lo pasaron como niños, posaron con los personajes, se metieron en el papel que requería cuando lo requería. Todos volvimos a ser niños. Si Disney es capaz de conseguir eso ya merece mi respeto. Vivimos en un mundo que confunde jovialidad con inmadurez, y termina tornándose todo gris, opaco, triste. A algunos no nos hace falta ir a Disneyland para volver a ser niños (guiño, guiño), pero a los que no son capaces de jugar como si tuvieran 5 años cualquier día de año, a todos esos, les acompañaría yo a Disneyland, para ver como sonríen al pasar la puerta hacia Main Street y encontrarse de frente el castillo de Cenicienta. La niñez no tiene edad, y esa es a la conclusión que he llegado después de leer el siguiente post escrito por una trabajadora de uno de sus parques.
El sol estaba echando un vistazo por el vestíbulo y las rayos de luz bailaban en la alfombra. Supe que este iba ser un buen día de trabajo, es como si la magia danzara en el aire. Vi a una mujer mayor sentada en uno de lo sillones, estaba embelesada con el lugar. Recuerdo sus grandes ojos como si estuviera fascinada por la atmósfera. Me acerqué a ella y le ofrecí un saludo, y dijo en un marcado acento alemán, «este lugar es bonito». Le di las gracias y empezamos a hablar.
Su nombre era Yolanda, nació en 1930 antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial. Tenía ese encanto en su interior, como si por dentro siguiera siendo una mujer joven. Continuó contándome sobre su vida durante la guerra y como su familia se mudó a California del Norte en 1945. Yo estaba interesada en lo que me estaba contando. Yolanda me dijo que recordaba la apertura de Disneyland en 1955 y como le rogaba a su padre para que la llevara.
Pero la vida pasa y ella nunca pudo ir a Disneyland hasta ese día. Le llevó cerca de 54 años ir allí. Su hija vino y me dijo que su madre siempre había soñado con visitar Disneyland y que por fin lo había hecho. Compartió conmigo que su madre estaba en la tercera fase de un cáncer de mama y que le quedaban pocos meses de vida; su último deseo antes de morir era ir a Disneyland con sus nietos.
Estaba muy conmovida por esa historia y el amor de esa familia. Así que cogí una chapa de 'primera visita' y globos y anuncié que teníamos una huésped muy especial llamada Yolanda. Pregunté por el tipo de habitación que tenían y decidí darles una mejor, con vistas al parque para que Yolanda pudiera verlo desde su ventana. Después pregunté si tenían entrada y me dijeron que la tenían de un día porque no podía permitirse más. Así que les dije que se ahorraran el dinero y que podrían acceder dos días.
Ella estaba confundida y le sonreí pidiendo que me siguieran. Con Yolanda, su hija y su nieta avancé sobre hacia la puerta principal de Disneyland. Ese fue un paseo que nunca olvidaré. Ver la cara de Yolanda cuando se acercaba a la puerta no tiene precio. Dijo, «es como en la tele». Su hija me preguntó que hacían, y les invité a ponerse a la cola. Después, las cuatro entramos en los tornos, el momento de alegría de la cara de Yolanda es algo que siempre llevaré conmigo. Les deseé una agradable estancia y que lo pasaran bien en el parque de mi parte. Me despedí y vi a esta pequeña familia caminando a través del túnel a otro mundo.
La vida es corta, amigos. Todos tenemos planes y metas, pero nunca sabemos cuando los vamos a conseguir. A veces nos lleva 54 años alcanzar nuestros sueños, pero nunca perdemos la esperanza. «Si lo sueñas, puedes hacerlo», Walt Disney.
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