Se aproxima el verano y cada vez que le preguntas a alguien que va a hacer en vacaciones generalmente, aunque cada vez en menor medida, la respuesta es “iré unos días para el pueblo”.
Mucha gente tiene un pueblo, un pequeño pueblo donde sus padres o abuelos nacieron, donde dejaron muchos recuerdos, de donde por algún motivo tuvieron que irse dejando atrás su vida. Por eso, esos abuelos nos han inculcado el amor a ese pueblo, hemos ido allí cada verano desde pequeños. El motivo de que cada vez sea menos el numero de veraneantes a estos destinos es que la casa de los abuelos, que tenían 5 hijos y 12 nietos, ha pasado a ser la casa de uno de esos 5 hijos, por lo que el resto se tienen que buscar otros lugares de veraneo más cosmopolitas como Salou y Cambrils, Torremolinos, Cadiz, Benidorm, Tenerife… sale más caro, así que en vez de una vacaciones largas tienen que ser mas cortitas, y entonces la gente no se mueve demasiado de sus casas.
En mi caso mi pueblo de verano es Ahillones. Pequeño, con casas blancas, con gente que te acoge con los brazos abiertos, aunque también son los primeros en decirte las ganas que tienen de que se vayan los forasteros. Puedes tomártelo mal, o también puedes ser reacio a ese tipo de situaciones en las que te sientes fuera de lugar. El hecho es que el que va a Ahillones, repite.
Un buen amigo me ha llegó a decir con pena que no sabía lo que es tener un pueblo, ya que sus abuelos son de aquí. Yo le conteste “no es el decir “me voy al pueblo” si no lo que ese pueblo representa para ti, y que aunque no sea tu pueblo yo te lo presto, para que así podamos decir juntos que es nuestro”.
Este año no he podido ir a ese paraíso de casas blancas. Añoro mi casita, mi cuarto desde donde se ve la piscina municipal, el calor insoportable de los mediodias de agosto, las siestas interminables, las noches tan cortas, el poder salir sin la necesitad de llevar abrigo, el acento extremeño, las costumbres, la gente.
Justo este año que iba a dejar de lado los prejuicios y que iba a hacer realmente lo que quisiera sin importarme lo que la gente pensara. Justo este año que iba a ser totalmente reacia a las situaciones en las que te sientes fuera de lugar que antes he mencionado. Este año he tenido que poner en practica ese deseo de ser yo misma aquí, pero aquí la gente que me importa ya sabe como soy, así que no me ha supuesto un gran esfuerzo.
El año que viene, si todo va bien, quizás pueda pasar unos días en el pueblo con esa gente a la que tanto aprecio, pasando de las malas compañías, ejerciendo la anarkia de fiesta en fiesta y sin ninguna regla más que los limites que yo misma me imponga. Tengo ganas de ir a mi pueblo, y de compartirlo con esa persona que una vez me dijo que no sabía lo que era tener un pueblo, y que ahora se ha vuelto tan importante para mí. Y así poder decir juntos, orgullosos, ¡que nos vamos al pueblo!
Y aunque aprecie Ahillones, no puedo rechazar a mi Legazpi querido. Cuanto más tiempo paso lejos de él más me gusta. La tranquilidad que una vez odie, ahora es lo que más echo de menos cuando estoy en Bilbao. El poder mirar por la ventana y ver un campo verde con ovejas, en vez de un patio gris cerrado, y oir los pajaros, en lugar de los motores de los coches. Respirar aire puro y no humo. ¿Qué más da no tener centros comerciales y cines de 6 salas, si tenemos unos pocos bares y un ambiente insuperable? Al fin y al cabo este verano no ha sido del todo malo.
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