Ilustración de Iban Barrenetxea |
Cuentan que un joven apuesto estaba enamorado de una mujer de una belleza casi comparable a la pureza de la blanquisima nieve que cubría el pueblo cada invierno, de tez pálida, ojos grisáceos cabellos rubio casi blanco y rasgos finos y suaves, convirtiéndola en una albina extremadamente hermosa. Edelweiss se llamaba.
Se encontraba Edelweiss recogiendo agua de la fuente cuando él se acerco, tímidamente le cogió de las manos, llevaba días escogiendo las palabras adecuadas para confesarle lo que sentía, pero ahora bajo la hechizaste mirada de esos ojos como la niebla, casi olvidó por completo lo que le quería decir, titubeando y de la manera mas sencilla y sincera logró decir:
-No podía demorar por más tiempo, amada mía, el momento de confesarte todo aquello que por ti siento. Sufro cada noche y cada día de dolor por dentro, al reconstruir tu bello rostro no solo cuando sueño, sino tambien a cada instante que cierro los ojos, pues es tan grande lo que siento por ti, que si una tempestad amenazase con arrasar el pueblo, no podría ni con toda su furia llevarse un solo ápice de mi amor. Ni siquiera toda la nieve de las montañas que nos rodean, serian capaces de apagar el fuego que hace latir cada uno de mis órganos al veros, gentil Edelweiss os amo con todo mi ser.
Sorprendida pero halagada, recorrió su rostro mirándolo silenciosamente dejando una de sus manos entre las de el, sonrió tiernamente, y con un gesto en un tono totalmente diferente, le dijo:
-¡Oh amado mio! ¡Abrumada me hallo ante tanta galantería! Recibo tus palabras con el dulce mensaje con el que las proclamas. No obstante, ¿no os parece que toda declaración debe estar acompañada de hazañas?
-Hermosa Edelweiss, aquí donde me veis os pregunto, ¿que es lo que queréis? Porque os aseguro que conseguiré todo aquello de lo que carezcáis si así consigo demostraros lo que siento y conseguir aunque sea una mínima parte de vuestro desvelo.
Sus finos labios sonrieron dejando ver una dentadura perlina y una melodiosa carcajada rompió la seriedad del momento. Después dijo:
-¡Enamorado mio! Os tomo la palabra y os digo, que si no es verdad que por mi amor lo que fuera haríais este es el momento de que huyáis, porque el reto que os vengo a proponer no esta al alcance de miedosos y cobardes.
La miro sin mediar palabra, dando a entender que quería escuchar atentamente su propuesta, ante la seguridad de él, ella prosiguió:
-Cuenta la leyenda, que una noche, una de las estrellas de las que relucen en el cielo le lloro a la luna y le declaro que sentía envidia de todo aquello que vivía en la tierra, que deseaba abandonar el firmamento para convertirse en una flor. La luna sintiéndose despechada, decidió vengarse enviándola al pico más alejado de la tierra que en ese momento divisó, eligiendo el Dufourspitze, la enorme montaña que custodia nuestro pueblo. Allí, la estrella bañada por la nieve se transformo en una hermosisima flor de pétalos blancos, que siempre estaría sola en lo alto de la montaña. Es la llamada Flor de las Nieves.
Hizo una pausa y rompiendo el tono solemne con el que había narrado la historia le dijo:
-Si es verdad que por mi murieras, allá a buscar esa flor fueras... Y ya te aviso, que sino la consiguieras, tampoco mi amor obtuvieras.
El rostro del joven palideció un momento, después volvió a recobrar el color, cuando sus mejillas se encendieron mientras oprimía los puños y apretaba los dientes, sus ojos llamearon cuando juró:
-¡Por tu amor, Edelweiss, yo te traeré esa flor!
Y se marchó con un firme caminar.
Dicen que pasaron muchos días y que el joven nunca regreso. También dicen que aunque ella reía todas las mañanas cuando la luz le daba en el rostro, por las noches, cuando nadie la veía, sollozaba y rogaba que él volviera junto a ella.
Acabó perdiendo el juicio, sin salir de casa y llorando amargamente todas las noches mientras contemplaba el Dufourspitze.
Su pena culmino una de aquellas frías y largas noches, en la que según cuentan los descendientes de los vecinos de aquel lugar, a las tinieblas salio totalmente desnuda a buscarle, gritando su nombre hasta desgarrarse la voz.
Desde entonces en su honor, la flor de las nieves es llamada Edelweiss, y es símbolo del amor verdadero y eterno, como el de los dos jóvenes que murieron arropados por la nieve.