Miraba a mi alrededor y solo había turistas con sus cámaras, apuntando
en todas direcciones, protegiéndose del sol con pañuelos y sombreros, y
yo solo podía pensar en la grandiosidad de aquel lugar. Piedra a piedra,
acercándose a cielo, a sus dioses. Estaba en la ciudad del Sol, y sin
embargo destacaba la Luna. En la cima de aquella montaña artificial
sentí la fuerza del astro bañándome con su luz blanca, aun a pleno día.
Respiré, cerré los ojos, miré hacia arriba, levanté los brazos y grité.
Algunas personas se asustaron, otros rieron, y yo solo podía sonreír.
Tal vez sea demasiado mística, tal vez esté en busca de mis propias creencias, pero la realidad es que ciertos lugares me dan paz y me llenan de energía. Uno de ellos fue Stonenhenge, junto a Salisbury en Gran Bretaña, punto de encuentro de los wiccanos aun hoy en día durante el solsticio de verano y en el de invierno. No es más que un circulo de piedras gigantes, perfectamente colocadas. Hoy celebran su Samhain, popularizado como Halloween en el mundo entero. Se trata de un día que en cada parte del mundo guarda una tradición, y es increíble cómo se conectan entre sí, a pesar de que la religión haya intentado acallarlas. Los celtas celebran el fin del verano como una de sus mayores fiestas, y agradecen la cosecha a la naturaleza. Mientras, en Euskal Herria, tal vez bañada por su pasado pagano, intentan recuperar la Arimen Gaua o Gau Beltza (Noche de la Ánimas o Noche Negra) que mezcla leyendas antiguas de piratas y fantasmas con la mitología vasca. A su vez, en México honran a la Parca en el Día de Muertos en una festividad que nada tiene que ver con el catolicismo, sino que echa la vista atrás, a la cultura Azteca.
En unos tiempos en los que tememos tantísimo a la muerte, como si no fuera natural, como si nuestro deseo de vivir eternamente eclipsara las vivencias diarias, en la que es un tabú, me fascina esta tradición mexicana. Hoy las pirámides de Teotihuacan, cerquita de D.F., se llenarán de gente por ese mismo motivo. El pueblo teotihuacano solía hacer ofrendas en honor a los fallecidos casi todo el tiempo. Muestra de ello es la calzada de los Muertos, calle central de aquella ciudad ancestral parcialmente descubierta, frente a la pirámide de la Luna donde sentí aquel flechazo. Desde entonces quiero volver a México; por su gente, sus playas, su comida, sus pueblos, pero sobre todo por sus tradiciones. Una cultura tan rica debe ser venerada con orgullo.
En unos tiempos en los que tememos tantísimo a la muerte, como si no fuera natural, como si nuestro deseo de vivir eternamente eclipsara las vivencias diarias, en la que es un tabú, me fascina esta tradición mexicana. Hoy las pirámides de Teotihuacan, cerquita de D.F., se llenarán de gente por ese mismo motivo. El pueblo teotihuacano solía hacer ofrendas en honor a los fallecidos casi todo el tiempo. Muestra de ello es la calzada de los Muertos, calle central de aquella ciudad ancestral parcialmente descubierta, frente a la pirámide de la Luna donde sentí aquel flechazo. Desde entonces quiero volver a México; por su gente, sus playas, su comida, sus pueblos, pero sobre todo por sus tradiciones. Una cultura tan rica debe ser venerada con orgullo.
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