martes, 28 de febrero de 2012

Tópicos típicos

Recuerdo cuando conocí a un hombre (cuyo nombre no puedo decir) que era el vivo retrato del periodista típico que había formado en mi mente. Lleno de tópicos. Era un hombre alto y delgado, de mediana edad. Sus dedos eran ágiles y los movía constantemente. No era guapo pero tenía un punto atractivo detrás de su aspecto rudo. El pelo rizado sin peinar, ojeras y un abrigo largo. Fumaba y tomaba café a todas horas, tenía la voz ronca y hablaba en alto mientras escribía. No era amable, pero resultaba extremadamente tierno si se lo proponía. ¿No os lo imagináis sentado en una mesa frente a su maquina de escribir jurando en hebreo por no saber cómo empezar a rellenar esa página en blanco? Cuando yo lo conocí usaba ordenador, pero no me costó pensar en él años atrás. Él es el prototipo de periodista de novela de Stephen King, el único que he conocido así. 

domingo, 26 de febrero de 2012

La venganza del chicle

Digamos que soy el kiosco de la redacción. En mi cajón siempre hay galletas y algún caramelo. Desde que una vez llevé unos chupa chups de cereza una compañera y yo vivimos en lucha constante por ver cual de las dos lleva los caramelos más raros. Bueno, en realidad lo hacemos con buena intención, pero queda mejor si meto la rivalidad de por medio.

Por supuesto, los vichy ya han pasado por mi escritorio. También los regalices de menta y los de violeta, a los que mi compañera respondió con unos caramelos muuuuy ricos de naranja y limón. Un día llevé los chicles de arándano que están buenísimos, pero al principio pican bastante. Personalmente me gusta que piquen.

A mi compañera también le gustaron, tanto que decidió traer unos que los superaran. El otro día me ofreció un paquete rojo que no había visto en mi vida. Olían a canela (¿chicles de canela?) y tenían un símbolo de una llama muy sospechoso. Me metí el chicle en la boca con cuidado, desconfiada. Un sabor muy suave a canela mató el de pasta de dientes que tenía. Después de hacer el primera «ummmm…» empezó a picarme la boca como una cosa mala. «Tranquila, solo es al principio». Já! Eso picaba cada vez más. Pensaba que no lo aguantaría, pero aguanté. Siguió picando durante la hora y pico que lo tuve en la boca.

Big Red se llaman los dichosos chicles, y por lo que he podido saber se comercializan en Estados Unidos y fueron un boom en los 80. Vete a saber de dónde los ha sacado, pero estoy por pedirme una tonelada, porque incitan al masoquismo. No es un picor tipo "menta extrema" sino "jalapeño". Vamos, que en lugar de abrirte la nariz te da la tos. Pican demasiado pero están muy buenos.

Esta experiencia ha sido bastante mejor que la vez que me comí un chupa chups de sandía con chile en México. Esa mezcla extraña no encajaba para nada en mi paladar. Y cuando por fin conseguí chuparlo sin salivar en exceso, entré en un museo y lo tuve que tirar. Siempre que no me recomendéis bocadillo de nocilla con chorizo, estoy abierta a propuestas de guarrindongadas, igual que Robin Food.

lunes, 20 de febrero de 2012

La niñez no tiene edad

Que sí, que Disney es una multinacional como otra cualquiera, que sus princesas son lo contrario de la mujer moderna, que se aprovechan de las ilusiones de los niños para hacer caja… pero a mi me encanta. Las dos veces que he estado en Disneyland Paris era ya mayorcita, pero no por eso me lo pasé peor. Hasta mis padres, "esos adultos formales", lo pasaron como niños, posaron con los personajes, se metieron en el papel que requería cuando lo requería. Todos volvimos a ser niños. Si Disney es capaz de conseguir eso ya merece mi respeto. Vivimos en un mundo que confunde jovialidad con inmadurez, y termina tornándose todo gris, opaco, triste. A algunos no nos hace falta ir a Disneyland para volver a ser niños (guiño, guiño), pero a los que no son capaces de jugar como si tuvieran 5 años cualquier día de año, a todos esos, les acompañaría yo a Disneyland, para ver como sonríen al pasar la puerta hacia Main Street y encontrarse de frente el castillo de Cenicienta. La niñez no tiene edad, y esa es a la conclusión que he llegado después de leer el siguiente post escrito por una trabajadora de uno de sus parques.


El sol estaba echando un vistazo por el vestíbulo y las rayos de luz bailaban en la alfombra. Supe que este iba ser un buen día de trabajo, es como si la magia danzara en el aire. Vi a una mujer mayor sentada en uno de lo sillones, estaba embelesada con el lugar. Recuerdo sus grandes ojos como si estuviera fascinada por la atmósfera. Me acerqué a ella y le ofrecí un saludo, y dijo en un marcado acento alemán, «este lugar es bonito». Le di las gracias y empezamos a hablar.  
Su nombre era Yolanda, nació en 1930 antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial. Tenía ese encanto en su interior, como si por dentro siguiera siendo una mujer joven. Continuó contándome sobre su vida durante la guerra y como su familia se mudó a California del Norte en 1945. Yo estaba interesada en lo que me estaba contando. Yolanda me dijo que recordaba la apertura de Disneyland en 1955 y como le rogaba a su padre para que la llevara. 
Pero la vida pasa y ella nunca pudo ir a Disneyland hasta ese día. Le llevó cerca de 54 años ir allí. Su hija vino y me dijo que su madre siempre había soñado con visitar Disneyland y que por fin lo había hecho. Compartió conmigo que su madre estaba en la tercera fase de un cáncer de mama y que le quedaban pocos meses de vida; su último deseo antes de morir era ir a Disneyland con sus nietos. 
Estaba muy conmovida por esa historia y el amor de esa familia. Así que cogí una chapa de 'primera visita' y globos y anuncié que teníamos una huésped muy especial llamada Yolanda. Pregunté por el tipo de habitación que tenían y decidí darles una mejor, con vistas al parque para que Yolanda pudiera verlo desde su ventana. Después pregunté si tenían entrada y me dijeron que la tenían de un día porque no podía permitirse más. Así que les dije que se ahorraran el dinero y que podrían acceder dos días.  
Ella estaba confundida y le sonreí pidiendo que me siguieran. Con Yolanda, su hija y su nieta avancé sobre hacia la puerta principal de Disneyland. Ese fue un paseo que nunca olvidaré. Ver la cara de Yolanda cuando se acercaba a la puerta no tiene precio. Dijo, «es como en la tele». Su hija me preguntó que hacían, y les invité a ponerse a la cola. Después, las cuatro entramos en los tornos, el momento de alegría de la cara de Yolanda es algo que siempre llevaré conmigo. Les deseé una agradable estancia y que lo pasaran bien en el parque de mi parte. Me despedí y vi a esta pequeña familia caminando a través del túnel a otro mundo.  
La vida es corta, amigos. Todos tenemos planes y metas, pero nunca sabemos cuando los vamos a conseguir. A veces nos lleva 54 años alcanzar nuestros sueños, pero nunca perdemos la esperanza. «Si lo sueñas, puedes hacerlo», Walt Disney.

jueves, 16 de febrero de 2012

Caramelos Vichy, ese vicio...


Sin venir a cuento con nada os traigo otra de mis adicciones; las pastillas de Vichy.

Es un producto que sólo se comercializa en el Estado francés que descubrí en clases particulares de matemática. Mis amigos y yo entrábamos lanzados una habitación, aparte del resto de alumnos, donde había una caja con caramelos Vichy y una campanilla para llamar al profesor en caso de duda. Lo pasábamos bien, salíamos de aquella casa con los deberes hechos y al final del curso aprobábamos los exámenes, con un 'cinco-punto-gracias' que para los "letrosos" no es poco.



El vicio que teníamos a los dichosos caramelos era ya notable cuando realizamos un viaje a Biarritz con la clase de francés de la ikastola. Nos dejaron tiempo libre y terminamos en un supermercado, desesperados, buscando los dichosos Vichy. En lugar de practicar el francés, que era la intención de la profesora, nos comunicamos con los trabajadores en euskara, y nos trajimos a casa un buen arsenal de caramelos.



Cuando se me terminaron los fui olvidando, hasta que fui de vacaciones a Ardeche, la región de las castañas. No hizo más que llover en toda la semana y cómo en los pueblo pequeños no hay nada que hacer, cada día nos íbamos de compras. Un día cayó un paraguas con bolitas blancas que cambian de color cuando se mojan, otro un montón de quesos apestosos, otro una muñeca (por la que mi prima adolescente me miró mal) para customizar a mi imagen y semejanza, otro un vinilo de Kiss de segunda mano y casi el último día chicles de arándano, caramelos de violeta y pastillas Vichy.



Espero que entendáis mi adicción cuando os explique que además de estar buenísimas, con ese sabor a menta suave y textura similar a las pastillas del dolor de garganta, son buenas para la salud. El agua termal de Vichy tiene sales minerales que favorecen la digestión. En el siglo XIX. estos caramelos eran considerados medicina, pero hoy en día es un producto típico y común, utilizado más como caramelo que como digestivo. Se crearon con intención de condensar en una pastilla las propiedades del agua bicarbonatada sódica de Vichy. Una de las mejores aguas de este tipo en el mundo es Vichy Catalán, que se obtiene de una fuente francesa adquirida por un médico catalán, aunque no comercializa pastillas estomacales. No entiendo por qué exportan el roquefort y no los Vichy…



Me he dado cuenta al ir a echar mano de un caramelo que las dos bolsas que me traje están clamando ruina, y que en vistas de que mi tía (la de la región de las castañas) no tiene prevista ninguna visita, tal vez sea el momento de hacer un llamamiento a mis amigos…



¿Nos os apetece ir a pasar el día a Hendaia?