miércoles, 31 de octubre de 2018

Cuando la energía fluye

Miraba a mi alrededor y solo había turistas con sus cámaras, apuntando en todas direcciones, protegiéndose del sol con pañuelos y sombreros, y yo solo podía pensar en la grandiosidad de aquel lugar. Piedra a piedra, acercándose a cielo, a sus dioses. Estaba en la ciudad del Sol, y sin embargo destacaba la Luna. En la cima de aquella montaña artificial sentí la fuerza del astro bañándome con su luz blanca, aun a pleno día. Respiré, cerré los ojos, miré hacia arriba, levanté los brazos y grité. Algunas personas se asustaron, otros rieron, y yo solo podía sonreír.


Tal vez sea demasiado mística, tal vez esté en busca de mis propias creencias, pero la realidad es que ciertos lugares me dan paz y me llenan de energía. Uno de ellos fue Stonenhenge, junto a Salisbury en Gran Bretaña, punto de encuentro de los wiccanos aun hoy en día durante el solsticio de verano y en el de invierno. No es más que un circulo de piedras gigantes, perfectamente colocadas. Hoy celebran su Samhain, popularizado como Halloween en el mundo entero. Se trata de un día que en cada parte del mundo guarda una tradición, y es increíble cómo se conectan entre sí, a pesar de que la religión haya intentado acallarlas. Los celtas celebran el fin del verano como una de sus mayores fiestas, y agradecen la cosecha a la naturaleza. Mientras, en Euskal Herria, tal vez bañada por su pasado pagano, intentan recuperar la Arimen Gaua o Gau Beltza (Noche de la Ánimas o Noche Negra) que mezcla leyendas antiguas de piratas y fantasmas con la mitología vasca. A su vez, en México honran a la Parca en el Día de Muertos en una festividad que nada tiene que ver con el catolicismo, sino que echa la vista atrás, a la cultura Azteca.

En unos tiempos en los que tememos tantísimo a la muerte, como si no fuera natural, como si nuestro deseo de vivir eternamente eclipsara las vivencias diarias, en la que es un tabú, me fascina esta tradición mexicana. Hoy las pirámides de Teotihuacan, cerquita de D.F., se llenarán de gente por ese mismo motivo. El pueblo teotihuacano solía hacer ofrendas en honor a los fallecidos casi todo el tiempo. Muestra de ello es la calzada de los Muertos, calle central de aquella ciudad ancestral parcialmente descubierta, frente a la pirámide de la Luna donde sentí aquel flechazo. Desde entonces quiero volver a México; por su gente, sus playas, su comida, sus pueblos, pero sobre todo por sus tradiciones. Una cultura tan rica debe ser venerada con orgullo. 


miércoles, 24 de octubre de 2018

Trnd: Bonne Maman

He sido seleccionada para participar en el proyecto de confituras Bonne Maman de la mano de Trnd. Es la segunda vez que me aceptan en un proyecto. La primera fue hace un par de meses con la comida húmeda para gatos de Sheba. Sobre esta no puse nada porque me parecía absurdo dar mi opinión sobre algo de lo que debería opinar Pirata, pero resumiendo: le encanta. Las tarrinas le gustaron también, pero sobre todo le gustó la gelatina. Le acostumbré a echarle una cada noche y ya cuando se acercaba la hora me la pedía a «miaus». Sin embargo, a Osiris –el gato pijo de mi cuñado– no le gustó demasiado. Pero vamos a ver, le compran latas caras que tienen no sé qué propiedades y depende cual sea la rechaza. Lo cual a Pirata le viene genial, porque las hereda y se las zampa. Así que sí, Sheba se ha ganado un hueco en nuestro carro de la compra.

En cuanto a Bonne Maman, actualizaré el post cuando saquemos nuestras conclusiones. Yo no soy muy fan de las mermeladas. Rara vez tomo, alguna vez cuando desayuno fuera, pero mi Árbol desayuna todas las mañanas mermeladas de ciruela. Es la que más le gusta, pero no la única. Es precisamente la que menos me gusta a mí, así que supongo que es la razón por la que no la suelo comer nunca en casa. En el lote de Trnd vienen de fresa y melocotón, que son las que más me gustan a mí, así que les daré una oportunidad a ver si consiguen que cambien mi rutina de desayunos. Lo tiene difícil porque mi desayuno favo es tostada con aceite y sal. Salado, no dulce.

ACTUALIZACIÓN (31 de octubre)

Hemos probado la mermelada de fresa en casa y a mi Árbol le resulta demasiado dulce porque está acostumbrado a la confitura sin azúcares añadidos y metemo que está no es de ese tipo. A mi tampoco me ha convencido demasiado. Le daré una oportunidad a la de melocotón, pero el tarro de fresa se va directo a casa de mi madre, pues a ella sí le ha gustado. También me ha pedido todos los botes que pueda recuperar (le encantan). Algo trama...

martes, 9 de octubre de 2018

Denok izan gara gazte

Egungo gazteak tontotuta daudela aipatzen genuen igandean, Kilometroetan, 14.00etarako gaztetxo pila bat tente ezin mantendurik ikusi genituenean. Gu jada gazteak izango ez bagina bezala eta garai horiek pasatu izan ez bagenitu bezala. Zumarragarako bidean, autobusean, neskatxa kuadrilla baten erdian eseri behar izan genuen. Denak mugikorrarekin zebiltzan, selfieak egiten, elkarri erakusten, eta euren adineko mutilak busean sartzean garrasika. Gu isilik, panoramari begira. Irribarre batek ihes egin zidan, bizitza erdia baino gehiago pasatu delako ni euren postuan nengoenetik baina, hala ere, gertu sentitzen ditudalako urte haiek. Hormonak dantzan, barre kontrolaezinak, arrazoirik gabeko lotsak, heldu izatearen sentsazioa.
Gutako batek zioen haien mobil puskak ez genituela guk, egungo gaztetxoak gu baino hobeto biziko balira bezala. Baina guk ez genuen halakorik, existitzen ez zirelako. Nik 14 urterekin izan nuen lehen sakelako telefonoa, SMSak bidaltzeko eta «tokeak» emateko erabiltzen nuena. Zuri-beltzeko pantaila, gomazko botoiak eta antena zituen harri puska batek baino gehiago pisatzen zuen tramankulu hark, baina puntako teknologia zen orduan eta kuadrillako guztiok genuen bat.
Kilometroetako Santa Barbarako gunean, gazteei eskainitakoan, tarta jaten ari ginela, ondoan erabat mozkortuta zeuden neska batzuk eseri ziren. Guk ere noizbait kalimotxoa nahiago izan genuen txokolatea baino. Eman diezaiegun gazteei aukera bat euren kabuz eskarmentatzeko eta heltzeko. Ez dira gu baino inozoagoak; oraindik gauza asko ikasi behar dituzte, besterik ez. 

Garan argitaratua

jueves, 4 de octubre de 2018

Cómo conocí a Shamrock

En una ocasión os mencioné a Shamrock, mi guitarra, pero nunca os expliqué cómo llegó a mi. Desde pequeña me ha gustado la música, a pesar de no tener un don especial para ella. Siempre me ha gustado cantar y bailar. Con 6 años la mitad de mi clase se apuntaron a solfeo, lo cual no me llamaba la atención porque no sabía ni lo que era, pero al curso siguiente quise apuntarme. Yo era una niña de 7 años en una clase de música donde el resto tenía 6, y gracias a eso salí de mi circulo ya desde pequeñita e hice buenos amigos que mantengo hasta hoy.

Por lo demás, el solfeo como tal no me gustaba demasiado. No repasaba en casa, así que yo, con mi comportamiento de niña buena que siempre tenía, me solía quedar siempre media hora tras la clase para repasar la lección. De hecho, creo que las peores notas de mi vida han sido en solfeo, y simplemente era porque no lo practicaba, porque no le veía sentido a eso de leer notas en voz alta.

La cosa mejoró cuando ya en cursos avanzados el lenguaje musical teórico pasó a ser también práctico. Solfeo desapareció como tal y se transformó en dos clases diferentes, audición –donde escuchábamos canciones clásicas e intentábamos transcribirías en pentagramas, y que de hecho se me daba bastante bien– y coral. Podéis imaginar que esta última era mi favorita. Me encantaba estrenar nueva canción, pulirla uno a uno y ver lo que salía en conjunto. Cantabamos mal, pero lo disfrutábamos tanto…

A audición y coral se le sumó el piano obligatorio, al que le cogí el gusto bastante rápido, y el instrumento de elección. En este caso no tenía las cosas demasiado claras y me dejé llevar por lo que decía la gente a mi alrededor en vez de pensar en qué instrumento me gustaba realmente. Elegí el acordeón porque era el favorito de mi padre y porque una amiga se había apuntado. Si lo hubiera pensado mejor probablemente me hubiera decantado por la guitarra, la flauta travesera, el violín o el piano, aunque es último fuera bastante inviable por la imposibilidad de meter uno en mi casa.

Otro aliciente para el acordeón fue la profesora, pues me caía bien. Aun así volví a mis andadas, tal vez porque no me motivaba demasiado, y no ensayaba en casa. Lo cierto es que con las particulares de inglés y los deberes del colegio cada vez más exigentes no me quedaba demasiado tiempo para ensayar, y tampoco me apetecía ponerme a tocar después de cenar por motivos evidentes. Así que pasaron los años y, una vez más, pasé por aquella aula como una pobrecita sin ningún talento. Hasta que ya con 16, con mi título bajo el brazo, formaron una banda de acordeones entre exalumnos y alumnos de último curso. Nos reuníamos los sábados por la mañana y no era obligatorio acudir. Las canciones que tocábamos no eran para ningún concierto de fin de curso ni para tocar en la calle en ciertas fiestas, eran para nosotros. Y tocábamos Aladdin, Elton John… así sí, me volví a motivar. Era bonito poder tocar canciones que sonaban tan bien en mi mente.

Empecé a la universidad y tuve que dejar el grupo. Y así mi acordeón quedo relegada en un rincón de mi armario. Si cierro los ojos todavía recuerdo su olor aunque hayan pasado años desde la última vez. Me encantaba tocar sus botones, sacarle brillo, abrir a tope el fuelle. Prometo recuperarla algún día, cuando tenga tiempo, pero creo que un instrumento merece ser tocado con mimo y respeto, no a desgana.

Y así, teniendo mi acordeón en stand by, hace unos 7 años hablando con amigos y comentando lo bonito que sería tener una guitarra nos vinimos arriba y dos de nosotros nos la compramos. Para mi amigo era la primera vez que iba a tener un instrumento en sus manos, y yo con mis precedentes de abandono instrumental tampoco quería una cara, así que la pedimos online. Era un chollo. Negra lacada, con funda, correa y afinador, 50 euros.

Estabamos esperando el pedido y yo ya había elegido su nombre: Shamrock. Por si no lo sabéis Shamrock es el nombre que se le da al trébol en la cultura irlandesa, y es un elemento importante de sus tradiciones. Yo tengo una conexión especial con la cultura celta y da la casualidad de que encuentro muchos tréboles de cuatro hojas. Para mi es importante, así que elegí ese nombre.

Recibí un mensaje. Ya habían llegado las guitarras. Fui a casa de mi amigo a por la mía. Había dos cajas idénticas. Cada uno eligió una. Dentro habían dos fundas idénticas también. Las abrimos y ¡sorpresa! la de mi amigo sí era una guitarra negra lacada, como la que pedimos, pero la mía no era así. Era más pequeña para empezar –más manejable para mi, nos dimos cuenta de que la lacada me quedaba enorme–, y además era gris y mate. Mi amigo se sentía fatal, no dejaba de decirme que se quedaba él con esa, que no le importaba, pero menos me importaba a mí, si parecía hecha a medida. Pero lo mejor eran sus detalles. En la esquina del agujero tenía una franja de nácar en color naranja y verde. Sí, los colores de Irlanda. Esa guitarra era Shamrock, y ella me eligió.

Decidí no devolverla porque no me podía haber salido mejor la jugada. La guitarra no tiene marca por lo que no puedo saber qué modelo es, pero es preciosa tal cual. No sé qué pudo pasar ni de dónde salió esa guitarra tan perfecta porque en toda la web no encontré ninguna similar. No sé cuál es el verdadero precio de mi guitarra, pero por 50 euros tengo yo una ideal para posturear. Porque, sí, lo habéis adivinado, tras aprenderme cuatro acordes y dejarme los dedos en ellos, Shamrock volvió a su funda esperando ser tocada con ilusión. Algún día.