martes, 4 de diciembre de 2018

The Rasmus y mi frikipanda

¿Alguna vez os ha pasado que conectáis con algo de tal manera que le seis fiel eternamente?

A mi me pasó con The Rasmus. Tal vez haya gente que no los conozca, o gente que piense que fue un grupo de un solo éxito. Lo cierto es que pasado aquel boom de 2003 con "In the shadows" han sabido seguir adelante, a pesar de no estar en lo más alto como estaban entonces. Llamadme idiota, pero creo que su personalidad les ha ayudado a no caer. Rockeros, oscuros, y sin embargo sin signos de los excesos a los que nos tienen acostumbrados los cabezas de cartel (para muestra, un botón. Aquí lo que Pauli, el guitarrista, respondió en una entrevista: «Después de un éxito así, algunos grupos empiezan a beber cerveza y a esnifar cocaína, y estoy muy contento de que nosotros no lo hayamos hecho»). Los hay que tocan el cielo con sus dedos y cuando caen no son capaces de levantarse. Ellos estuvieron arriba y cuando su éxito decayó abrieron el paracaídas, disfrutando de cada nuevo paso que daban, siempre agradecidos con sus fans.

Pero os cuento por qué se convirtieron en tan importantes para mi. Yo fui una niña feliz y también una adolescente feliz, y me gusta pensar que en parte fue gracias a ellos. Cuando tienes 15 años, las hormonas revolucionadas, una crisis existencial bastante importante y sientes que no encajas con la gente "normal", el tener alguien en quien apoyarte es importante. Y resultó que en clase entre mis amigos había un par con los que empecé a compartir gustos. Esas amistades me regalaron otras, tan bonitas que duran hasta hoy.

Nos unía el frikismo, cada uno con su grado pero respetandonos los unos a los otros. Todo empezó con sábados de cine y esoterismo en la ciudad, coronados con un batido en tertulia sobre  "El señor de los anillos". La palabra friki, que tanta gente toma como peyorativa, se me hizo preciosa. Estoy orgullosa de ser una friki y de tener amigos aún más frikis. Cuando alguien quiere herirte y no puede, deja de intentarlo. De hecho, creo que se notaba tanto lo feliz que era que mis compañeros jamás intentaron meterse conmigo, o si lo intentaron ni me di cuenta.

Aquellas amistades me descubrieron a The Rasmus. Y yo, que siempre he sido bastante ecléctica, les di una oportunidad. Pasé de Laura Pausini a Ska-p, y luego a Barbra Streisand, Celine Dion, Whitney Houston y Bryan Adams. Cuando el rock finlandés llegó a mí mi ropa se volvió más oscura, mis muñecos macabros, en mi habitación solo sonaban riffs de guitarra y las paredes estaban empapeladas con pósters de chicos emo. Los primeros fueron The Rasmus, y después vinieron HIM, My chemical romance, Green Day, 30 seconds to mars, Evanescence, Within Temptation, Apocalyptica, Nightwish, Simple plan… en fin, todo lo que estéticamente –que no musicalmente– fuera similar.

Pasaron los años, yo crecí, seguí con mis gustos tan diversos hasta el punto de que me pones un "Despacito" o un "Wannabe" y lo gozo igual que un "Nothing else matters" o un "Flying free". Sigo siendo una frikaza, aunque he llegado a la conclusión de que todos lo somos, cada uno de sus cosas, la diferencia es que algunos lo admitimos y otros viven acomplejados. Sigo escuchando también a aquellos grupos de mi adolescencia, los disfruto, sobre todo si escucho canciones antiguas aunque no les hago ascos a las nuevas. Incluso he ido a algún concierto a posteriori. Pero no dejan de ser grupos de paso en mi vida. Excepto The Rasmus. Solo los he visto en directo dos veces, y me gustaría ir una tercera, cuarta o quinta vez. He crecido con ellos, y sé que aunque ahora sea una persona adulta (ejem), me pondría hecha un flan si los tuviera delante.

Jamás olvidaré el primer concierto, en la mítica sala Jam de Bergara, año 2003. Tenía 16 años y hacía uno que los conocía, pero ya era una fanática. Tenía todos sus discos hasta el momento, hasta aquellos en los que sonaban raro. Me sabía sus canciones al dedillo, también las que eran en finlandés (aún hoy puedo cantar "Rakkauslaulu"). Estabamos en la puerta de la sala nada más comer, y ya había gente. En el club de fans habíamos quedado en identificarnos llevando un lazo rojo al cuello, pero a mi me daba vergüenza así que no me lo puse. Pero sí terminé hablando con alguna chica. A mi amigo Obscure le tocó el Meet & Greet de la radio y le dejé mi cámara para que se sacara fotos con ellos. Cuando salió lo interrogué. Me moría de los nervios.

Cuando abrieron las puertas aquello parecía el primer día de rebajas, pero logramos un buen sitio. Segunda fila, frente a Eero, el bajista, mi segundo favorito. El primero siempre fue Aki, el batería. La que era mi primera cámara digital echó chispas aquella tarde. Cuando terminó me compré un póster de esos que cubren la puerta entera, con la suerte de que Aki salió a firmar. Yo tenía un crush muy fuerte con él. Tenía el clasificador de clase lleno de caras de Aki, así que el hecho de poder verlo de cerca para mí era too much.

Me acerqué a aquel grupo de chavalas alborotadas y le di mi póster para que lo firmara. Lo firmó y me lo devolvió con una sonrisa que me dejó paralizada. Bueno, en realidad no porque mi reacción fue levantar la mano. Y me dio otro póster. No era mío, así que se lo dije, y le pedí que me diera la mano. Oh my god, oh my god. Me dio la mano y no me soltaba y yo estaba en la gloria. Fue, de verdad, como si se parara el tiempo. Todo iba a cámara lenta, oía pajaritos, y ahí estábamos ídolo y fan agarrados de la mano mirándonos a los ojos. Cuando se esfumó la magia –que serían dos segundos pero a mi me pareció eterno– le saqué una foto tan de cerca que casi lo dejo cegatillo con el flash. Le pido perdón desde aquí, pero es que estaba demasiado nerviosa.

Cuando tu crush de hace 15 años le da "me gusta" a tu comentario privado en Instagram y le haces pantallazo para guardarlo forever. Soy tan patética...


Una vez fuera, como buenas fans que éramos, nos quedamos haciendo guardia. Salió Eero, el tío más majo y con más paciencia del mundo, y se sacó fotos con todas. Llevaba una camiseta con una mancha que después lució en Madrid y Barcelona también (lo sé por las fotos que pusieron las chicas del club de fans en el foro). Estabamos tan on fire que hasta nos sacamos fotos con un chico del staff que supuestamente se parecía a Bon Jovi. Muy random todo. Seguíamos haciendo guardia, pero no olvidemos que yo era menor de edad y que no estaba en mi pueblo, así que hacia las 21.00 vinieron mis padres a por mí. Les rogué que esperaran a que los demás salieran, que yo quería una foto con Aki, pero mi padre se puso en plan "mimimimi eso son tonterías mimimimi". Su niñita era un ser sexuado loco por un hombre mucho mayor y parece que eso no le gustaba un pelo jajajajaja Medio triste, medio contenta, me volví a casa. Por cierto, mi padre les llamaba "Los ransus" y yo me enfadaba mucho, no sé por qué.

No tuve ocasión de volver a verles hasta 2009, cuando yo estaba en cuarto de carrera en Bilbo. Estaba en la cafetería con mis compañeras cuando un chico fue y plantó un cartel anunciando el concierto. No duró el cartel allí ni cinco minutos. Ella, adulta, volvió a sus 15 en cerocoma. Me compré la entrada, y aun así me apunté a dos sorteos de entradas. Por si acaso. Una tenía meet & greet, la otra no. Resulta que me tocaron las dos (no es que tuviera suerte, es que en Euskal Herria no creo que tengan muchas fans, y menos que tuvieran la ocasión de participar en esos sorteos). El de solo la entrada tenía que ir a taquilla y pedirla, y ya. El de meet & greet era de la radio, así que me llamaron en directo y como no cogí, porque estaba en clase y yo era muy responsable y quitaba el sonido, no me enteré. Llamé después y me dijeron que tuvieron que darle el premio a otra persona. Quise morir.

Pero bueno, no pasaba nada, otra persona podría conocerlos pero yo iría al concierto igualmente. No revendí mi entrada, la que ya tenía, porque me parecía ser una "infiel" o algo así, así que invité a una compañera. Una vez en el concierto, esta vez también varias horas antes cual adolescentes locas, nos juntamos en la cola con chicas que conocí en el concierto anterior. Pero lo mejor es que yo seguía en aquel foro del club de fans, y ya había quedado con una persona para conocernos. Resultó que el chaval era muy majo, y él vino con una amiga que también era muy maja. Terminamos la noche por Bilbo de fiesta. Fue un día genial. Pero no termina ahí la cosa: hablando con la chica en las interminables horas de cola –como si aquello fuera el evento de MTV o algo así–, nos dimos cuenta de que ambas compartíamos el deseo de viajar a Finlandia, todo por culpa de la música. Pocos meses después me llamó y me dijo que había visto un vuelo barato a Helsinki, que si me animaba. Mi viaje de fin de carrera estaba en peligro y yo ya tenía un dinero ahorrado, así que me atreví a ir con una persona casi desconocida. Fue una semana ideal en la que frikeamos mucho y ella se convirtió en una buena amiga que aun conservo.

Pero volviendo al concierto, ahí estábamos, en un polígono un montón de gente joven vestida de oscuro (yo iba de morado, ya había abandonado el negro teen), todos sentados en el suelo. Algunos cantaban, nosotros no podíamos parar de hablar y reír. Habíamos congeniado. Y cuando menos lo esperábamos se abrió la puerta y salió Eero. Nos costó un poco reaccionar. Un montón de ojos pintados de negro le seguían con la mirada, hasta que alguien gritó. No nos atrevíamos a movernos de la fila para no perder el sitio, aunque para aquellas alturas creo que ya nos respetábamos los unos a los otros. Volví a sacarme una foto con él. Incluso me atreví a hablar con él. Con eso yo ya era feliz. Pero para rematar fue otro conciertazo donde, esta vez sí, conseguimos la primera fila.

No, no pude sacarme una foto con Lauri, Pauli ni tampoco Aki. No es algo que realmente me importe, pero tengo en mi lista de cosas pendientes sacarme una foto con mi crush. Si algún día tuviera la ocasión de conocerles, ojalá no entre en modo loca y pueda explicarles lo que suponen para mi. Porque gracias a ellos unos años que para la mayoría de la gente son odiosos, para mi fueron estupendos, y gracias a ellos he hecho muy buenos amigos. Y diría incluso que gracias a ellos soy un poco como soy ahora. Y un plus, gracias a ellos aprendí un montón de vocabulario en inglés porque en los ratos libres no hacía otra cosa que traducir todas las letras.

Por otro ello, no puedo más que decirles "kiitos" (yasss también aprendí cuatro palabrejas en finlandés), y por todo ello seguiré apoyandoles y lloraré muy fuerte si algún día deciden separarse, pero aun así le seguiré la pista.

1 comentario:

quinbyxanders dijo...

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