sábado, 16 de mayo de 2015

Rodellar, ese pueblo que se ha ganado mi corazón

Rodellar desde Gran Bóveda
Venga, otro post para los escaladores principiantes, aunque incluso ellos habrán oído hablar de Rodellar. Es ese pueblo más allá de Alquezar, donde termina la carretera. Literalmente.

Dos campings, un refugio, un hotel y un montón de furgonetas son las "casas" de los escaladores de todo el mundo que acuden allí cada vez que tienen ocasión. Sin embargo, hay que tener en cuenta que los campings están cerrados durante el invierno. El hotel se llena a partir de mayo y hasta octubre. Los furgoneteros corren el riesgo de ser multados (al parecer en en invierno no son tan estrictos). Y el refugio está abierto todo el año, pero no así su bar/restaurante.







Mi árbol :)

El pueblo queda en un alto y las paredes están en el cañón, así que hay que andar un poco y cruzar el río varias veces para ir a los diferentes sectores. Hay uno incluso al que hay que ir en barquita. Hay vías para todos los gustos: fáciles que se convierten en vías de cagarse de miedo porque están muy pulidas, las fáciles más nuevas con agujeros bien grandotes, intermedias en placa o desplome, largos, difíciles en chorrera… vamos, el paraíso de los escaladores. Incluso pueden verse caras conocidas de vez en cuando. No os voy a hablar de esto porque para eso están las guías y la gente que sabe de ello.
Llegando al sector La Piscineta

Yo os voy a hablar de mi impresión como eterna aprendiz. El pueblo es minúsculo pero tiene gente maja. A pleno sol llegar a las vías es un poco como un horno, pero en verano está la recompensa del río fresquito. Un baño y como nueva. Se puede tomar el sol después o leer a la sombra. Está todo tranquilo, el reloj se detiene. El único ruido que se oye son los gritos de quienes se caen a punto de encadenar, o de los que encadenan tras muchos intentos. Y lo mejor: la cervecita de después.

Yo suelo quedarme a dormir en el camping de arriba (Mascún). Dicen que el de abajo (El Puente) es mejor para los barranquistas porque están más cerca de su actividad, y el de arriba para los escaladores. En el bar se cena bien, tienen platos combinados ricos-ricos. El camping es sencillo pero tiene lo suficiente. En frente, en otro edificio, hay otro bar que abren cuando terminan de dar cenas. Allí organizan fiestas, conciertos o proyecciones. De esta forma se respeta el descanso de los huéspedes mientras los que quieren se divierten. 
El Delfín. El río estaba revuelto


En el hotel pasamos un fin de semana de abril con unos amigos que preferías dormir a cubierto porque las noches todavía eran fresquitas. No son habitaciones, son casitas con cocina y baño. Una gozada para ir en grupo y nada caras.

El refugio se llama Kalandraka y es lo que en un primer momento me enamoró de Rodellar. Hay que seguir un camino iluminado con luces en el suelo y se llega a esa casita de piedra reconstruida. Desde ahí se ve todo el barranco y por la noche solo hay estrellas. Las plantas dan sombra y las bombillas de colores luz. Hay un slackline para los que no tienen el equilibrio en el culo, como yo, y puffs para tumbarse al estilo "el día en que Peter Griffin olvidó cómo sentarse".

La comida es increíble, perfecta para los escaladores, y siempre hay un plato vegetariano. Tienen un billar gratuito para echar un rato. También organizan eventos que han llegado a terminar a altas horas de la mañana, y al día siguiente no ha escalado ni el tato.

Lo que me gusta de Rodellar: el buenrollismo hippy que se respira, la buena comida, el buen tiempo y que hay gente de todos los sitios, desde Japón a Polonia. Nos vemos allí. 

Una fiesta en el Kalandraka


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